Aunque la historia del bandoneón comenzó en Europa, fue en los cafés y calles de Buenos Aires donde encontró su verdadero destino. Se convirtió en la voz del tango porteño, reflejando emociones y transformándose en símbolo cultural de la argentina. Hoy, este instrumento es inseparable de la identidad del tango, un puente entre la melancolía y la pasión, lo íntimo y lo colectivo.
Diseñado en Alemania como una variante de las concertinas, el bandoneón buscaba reemplazar órganos portátiles. Nadie imaginó que se transformaría en el instrumento del tango argentino. Su llegada al Río de la Plata entre 1870 y 1880, gracias a inmigrantes y marineros, lo unió para siempre con Buenos Aires y Montevideo.
En los barrios populares, el bandoneón se fusionó con el nuevo género musical y marcó un antes y un después en la historia del tango. Su sonido melancólico y dramático expresó la nostalgia, el desamor y la identidad de toda una época.
Lo que distingue al bandoneón es su mecanismo: cada botón produce una nota distinta al abrir o cerrar el fuelle. Esta particularidad le otorgó una riqueza expresiva única, capaz de transmitir emociones intensas. Su incorporación a la orquesta típica cambió para siempre la sonoridad del tango, aportando dramatismo, melancolía y humanidad.
Hoy, artesanos y luthiers en Buenos Aires mantienen viva esta tradición restaurando y afinando bandoneones. Cada pieza es tratada como parte del patrimonio cultural, más que como un simple instrumento musical.
Más que un objeto, el bandoneón es la voz del tango porteño. Una voz que llora, susurra y emociona en cada acorde. Ha narrado amores, despedidas y nostalgias, y sigue vibrando en cada escenario y en cada rincón donde alguien respira tango.
Mientras haya quien lo escuche y lo haga sonar, el bandoneón seguirá siendo el corazón sonoro del tango en Buenos Aires.
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